29 de abril de 2015

Personita especial

Todos y cada uno de nosotros tenemos una persona especial en nuestra vida.
A veces se hace de rogar para llegar, y su venida parece no hacer acto de presencia. Otras veces está ante tus ojos y ni siquiera lo notas. De una manera u otra, todos tenemos una persona especial.
A mí me ha tocado vivir el primer caso. No es un contra, para nada. Lo que tarda en llegar tiene ese regusto a triunfo, esa sensación de "por fin", que te eleva a las nubes y te hace vivir en una felicidad que, si no es eterna, roza la eternidad.
Y una vez llega... Miras el camino recorrido, y te das cuenta de que ya no hay zarzas en el punto en el que te encuentras. De repente, sin más, hay todo un camino lleno de rosas que te acoge con su perfume y te invita a disfrutar de cada paso que des en adelante.
He tenido la suerte de que mi personita especial, a pesar de demorarse (a veces creo que a posta, para que la valore más), ha convertido mi vida en algo maravilloso.
Siempre me da su apoyo, demuestra entusiasmo en cada una de las cosas que le comento, me da absolutamente todo. Y yo, egoísta y mimado, siempre le exijo más y más... Y ella siempre da más y más, sin pedir nada a cambio. Simplemente da.
Me encanta su sonrisa. Cuando sonríe se para el mundo, así de claro. Y cuando me mira con esos ojitos... A veces con enfado cuando la hago rabiar, a veces con una ternura infinita... Ambos (por fortuna), para mí, al completo.
No tengo más para darte que todo esto que siento por ti, y nunca podré agradecerte que cada día pueda contar contigo, para lo que sea... Gracias por escogerme a mí de entre tantos seres humanos que hay en este mundo para seguir la ruta que marcan nuestros pasos.
Te quiero.

26 de abril de 2015

Vete (PdA, parte XII)

El movimiento fue rápido. Se colocó de espaldas al tipo y abrazó a la joven para cubrirla. El lobo disparó.
Sonó un ruido metálico y, a continuación, aire que se escapaba de su recipiente. Se giró sin perder un segundo y en esta ocasión disparó él su escopeta, directo a la cabeza, que reventó en mil asquerosos y rojizos pedazos.
Corrieron como nunca antes lo habían hecho, él la seguía. Miró su regulador. Se estaba quedando sin aire. Esperaba que no quedara muy lejos el búnker de la muchacha.
Oyó carcajadas a su espalda. Muchas carcajadas y de distintos tonos y en distintas posiciones. Les seguían.
No perdía la vista de la espalda de la muchacha, a escasos centímetros por delante de él, mientras oía cómo proyectiles pasaban al lado de ellos. Por una vez, agradeció la poca visibilidad de la calima.
Le dolía la espalda, pero no paraba, deseando que la muchacha le dijera que su destino estaba próximo… Era cuestión de tiempo que una bala, por mera fortuna, diera en su objetivo.
Intentó respirar, en vano. Botella de aire agotada. “Por favor, que esté cerca…”.
De repente, cayó al suelo. La chica oyó la caída y se detuvo para ir a su lado.
Intentó incorporarse. No podía. De repente, notó algo caliente resbalando por su estómago…
Rio.
Todo tenía sentido ahora. Era en este momento cuando entendía por qué la viga no había soportado su peso, por qué no había muerto en aquella casucha cuando quiso reunirse con su otra mitad en otra vida, otro mundo, mejor que aquél que quería abandonar y, al fin, su deseo se cumplía. “Sí, cielo, ya voy, estoy de camino”.

-¡Vete!-le dijo a la chica, que se detuvo en seco.

19 de abril de 2015

Satisfacción personal (PdA, parte XI)

Los pasos del intruso se oyeron subiendo los escalones. El sigilo no era su fuerte. Preparó el machete…
La muñeca del tipo asomó por el marco de la puerta, empuñando una pistola. Descargó con fuerza contra el brazo el filo que blandía y, antes de que pudiera vociferar por el miembro amputado, saltó al pasillo y le rebanó la garganta. Cayó por su propio peso.
-No hay tiempo que perder-le dijo a la joven-. Vayamos a tu refugio. No tardarán mucho en darse cuenta de que éste no vuelve, así que démonos prisa.
Se colocó su equipo de buceo a la espalda, su respirador y sus gafas. Fueron al jardín en la parte de atrás para recoger su kit de emergencia y emprendieron la marcha.
Saltaron la valla que separaba el jardín en el que se encontraban y el colindante, repitiendo la operación jardín a jardín, evitando lo máximo que pudieran la calle principal.
Oían a los de la manada registrando casas a medida que las pasaban, extremando las precauciones para que no les detectaran.
Al saltar al jardín siguiente no tuvieron tanta suerte.

Se encontraron de bruces con él, les apuntaba con un rifle de caza y sus ojos delataban lo que su mascarilla ocultaba: una satisfacción personal sin límites.

15 de abril de 2015

El Túnel (La Vida de la Muerte, parte II)

El cuarto de baño comenzó a ser devorado por una densa bruma negra que se propagaba desde el suelo y escalaba viscosamente hacia el techo, enfriándolo todo a medida que avanzaba. Sentí pavor. No transmitía buen rollo para nada.
La Muerte, ajena a mi temor, seguía parloteando:
-¿Te has parado a pensar en la de siglos que tu especie lleva considerándome un ente femenino?-giró la guadaña y una blanca puerta apareció en mitad de la crepitante oscuridad en la que se había convertido el baño-. ¡¿Nadie se ha parado a pensar en que puedo ser un tío o qué?!
Llamó a la puerta con su esquelética mano. Con un quejido, ésta se abrió, dejando ver un pasillo con una luz al fondo.
Quise preguntarle que si ése era el famoso túnel, pero seguía sin poder articular palabra.
-¿A qué esperas? ¡Pasa! ¡Como si estuvieras en casa!-me empujó hacia dentro, pasando detrás de mí.
Al cerrarse la puerta no había más luz en aquel pasillo que la que se vislumbraba allá al fondo. No sentía la presencia de mi compañera (o compañero) la Muerte por ningún lado. Me sentía solo.
Una sensación de absoluta tristeza me atacó. ¿Qué era todo esto?
Sin saber muy bien el porqué, caminé hacia aquella luz. Cada paso que daba me costaba más, sentía como si a cada zancada me pusieran plomo en los pies.
Miré al frente. La luz parecía menos lejana, pero lejos aún. Tropecé.
El sentimiento de tristeza crecía en desmedida. Me acurruqué, sin poder articular sonido, abrazándome las rodillas en el suelo.
Sonidos secos de pasos en el suelo llegaron a mis oídos; se pararon. A continuación, una mano me asió del hombro y me arrastró por el suelo.
Había pasado una eternidad cuando noté algodón bajo mi cuerpo.
La sensación de tristeza había desaparecido igual que llegó, de golpe. Me incorporé.
A mi alrededor la oscuridad se había convertido en el cielo más azul que jamás había visto y el suelo era suave al tacto… Suave y blanco como el algodón.

-¡Ya era hora!-la voz de la muerte sonó a mi espalda-. ¿Qué, de turismo por el Túnel o qué? Ten cuidado, no es una zona agradable para pasar mucho rato. Puedes convertirte en un alma en pena. O peor, un zombi. Es broma, las almas en pena no existen. Pero sí los fantasmas. Son cosas distintas. ¡Vaya que si lo son! No puede existir un alma en pena si, cuando mueres, te quedas sin alma, ¿no?

12 de abril de 2015

Caminante (PdA, parte X)

La muchacha no tenía ningún tipo de contención contra el polvo, lo cual le resultaba muy extraño. La pobre chica comió y bebió rápidamente, como si fueran a arrebatarle la comida en cualquier momento.
-Despacio-le dijo. Era la primera vez que hablaba con alguien en mucho tiempo. Sintió la arena colarse por su boca y el sabor de la tierra al abrirla-, despacio, o te sentará mal.
-¿Quién eres?-su voz sonaba como una lija, producto de respirar polvo. No pudo evitar toser al hablar.
-Déjalo en un simple caminante.
De repente, el semblante de la joven cambió, como si de repente hubiera recordado algo.
-¡Oh! Yo… ¡Por favor, tiene que ayudarme!-se levantó, dejando la botella de agua y la lata de comida en el suelo-. Por favor… ¡Debo volver! ¡Ellos me obligaron a huir! ¡No queda lejos, puede venir conmigo!
El hombre frunció el ceño. Comprobó apartando un poco la cortina de la ventana de la estancia en la que se encontraban que no hubiera ningún movimiento en el exterior y le preguntó:
-¿Volver a qué sitio? Todo está muerto en nuevo mundo.
Ella le miró, como a punto de contarle el mayor secreto del mundo. Y vaya si lo era.
La chica le habló de una extraña historia acerca de un búnker donde se realizaban extraños experimentos de los que, por mucho que la joven muchacha lo intentara, el hombre no entendía ni la cuarta parte de lo que le contaba acerca de ellos.
-¡Fuimos nosotros!-bramó, de repente, como si necesitara confesar su enorme crimen-. Nosotros hicimos… Esto. Todo esto es culpa nuestra. No sabíamos que jugábamos con fuego…

-¿Qué?-el hombre se disponía a seguir preguntándole acerca de aquello a lo que se refería, cuando oyeron que la puerta en el piso de abajo se abría a la fuerza. Se llevó un dedo a los labios, pidiéndole una vez más silencio, y le indicó que se escondiera tras la puerta.

8 de abril de 2015

La visita de la Dama (La vida de la Muerte, parte I)

"Cuántas cosas por hacer...", fue lo primero que pensé cuando abrí, extrañado, los ojos. Estaba sentado en un taburete de madera, con una camisa de manga larga remangada hasta el brazo y las manos metidas en el lavamanos lleno de agua... Teñida de rojo, el rojo de mi sangre, que manaba de dos profundas heridas abiertas mis muñecas. ¿Qué demonios había pasado?
Mis pensamientos fueron interrumpidos por un repentino apagón.
Al volver la luz, ya no estaba solo en el baño.
Una figura alta, tanto que casi rozaba el techo, se hallaba detrás de mí; una capucha oscurecía su rostro, de tal manera que imposibilitaba la visión de su faz. Una mano esquelética y blanca como el hueso empuñaba una guadaña casi tan alta como la criatura... Como en tantas películas de terror que había visto. Aquello era la Muerte. Sabía los motivos por los que había venido en mi busca, mas no recordaba nada de lo que me había pasado. ¿Suicidarme, yo?
-¿Qué? ¿Ya no te gustaba la vida?-la inmensa criatura se sentó sobre el váter, clavó su enorme guadaña en el suelo, sacó de entre sus desvencijados y negros ropajes una amarillenta libreta y miró hacia mí o, al menos, levantó la capucha de manera que veía el negro abismo bajo su capuchón como si me estuviera mirando-. ¿Cómo te llamas?
Caí del taburete de la impresión y me di contra el lavamanos.
-Tranquilo, les pasa a todos. ¿Serías tan amable de decirme tu nombre?
Su voz tenía la misma textura que la lija al raspar la madera.
Intenté articular mi nombre, pero las palabras no llegaban a mi boca. Tampoco cómo me llamaba.
-Madre mía, cada vez los hacen más tontos-se incorporó, tomó mis brazos y miró las heridas-. Vale, miraré en la categoría de suicidas...-las soltó con desdén y volvió a sentarse, desplazando su dedo sobre las amarillentas páginas-. ¡Lo tengo!
Al llegar a la "categoría", comenzó a mirar los nombres, raspando el papel con el hueso de su falange, proyectándose en mitad del aire imágenes de personas que, supuse, se suicidarían o se habían suicidado ya. En ninguna de las que proyectó vi mi rostro.
-Qué raro... No sales en lista-volvió a mirarme-. Tendré que llevarte con el Superior, a ver qué nos dice. ¡Te va a encantar! ¡Es de lo más majo que te puedas encontrar en esta vida! Bueno... ¡Más bien, muerte!-soltó una carcajada y, con la velocidad del rayo, guardó el extraño listado, agarró su famoso dalle, apresó mi brazo y golpeó dos veces el suelo con la parte de madera de su arma.


5 de abril de 2015

Motivo (PdA, parte IX)

Creyó ver algo en mitad del polvo en suspensión, un movimiento.
De repente, como si una luz hubiera apartado a un lado la maldita arena que engullía todo, la vio.
Dijo su nombre. Su cara, ¡era su cara! ¡Era ella! Corrió escaleras abajo sin pensar, sin razonar, abrió la puerta de la casa y la buscó en mitad de la densa calima. Debía estar cerca, tenía que estar cerca…
Vio algo moverse de refilón, estiró el brazo a tientas y tiró del repentino bulto que encontró en mitad de la nada. A rastras, condujo a quienquiera que realmente fuese aquella persona al interior del caserón, cerrando la puerta tras ellos.
Quedó mirando por la ventana. Era imposible ver nada. Por si acaso, corrió las roídas cortinas (como si fuera a servir de algo en caso de que sus perseguidores decidieran inspeccionar las viviendas) y vio a la persona a la que había metido en su refugio, preguntándose ahora qué tipo de impulso se había adueñado de él para haber llevado a cabo semejante locura.
Era una chica joven, estaba muy, pero que muy delgada. No era ella, no era el amor de su vida. ¿Qué demonios le había pasado?
Ella le miraba, entre asustada y sorprendida. Pensó en el aspecto que debía llevar: ropa sucia, cara oculta tras el respirador y las gafas.
Llevaba tiempo sin hacer el esfuerzo de respirar el aire cargado de polvo pero, para ganarse su confianza, decidió retirar el equipo de respiración de su rostro, junto con sus gafas de buceo.
Cuando quedó su rostro al descubierto, llevó un dedo a sus labios, pidiéndole silencio. Ella asintió. Comenzó a acercarse.

La condujo, sin saber muy bien por qué, escaleras arriba, y le dio agua y algo de comida.

1 de abril de 2015

Señal (PdA, parte VIII)

Cuando encontró su cuerpo colgado de la viga de una de las casas abandonadas (una más de tantas ya) en la que habían decidido pasar la noche, no podía dar crédito.
Se pasó no sabía ni cuánto tiempo llorándola, sin comer ni beber, sin dejar de preguntarle al cadáver de lo que había sido su otra mitad cómo había sido capaz de abandonarle “Juntos habríamos podido”, le gritaba, volviendo a llorar acto seguido.
Un día había intentado seguirla, seguir la senda que había marcado la persona que representaba la mitad de su mísera vida. Cuando dio el paso adelante para abandonar el taburete del que se había servido su mujer para realizar el mismo acto que él se disponía a llevar a cabo, la viga no pudo soportar su peso y cayó al suelo sobre la marcha.
No volvió a intentarlo más.
Aquello había sido una señal, o al menos eso pensó él en aquel momento. Tenía algo pendiente por realizar, algo que no sabía, pero que llegaría.
Tiempo atrás, al menos eso parecía claro. Ahora, se preguntaba el motivo por el que seguía vivo; ¿por qué la viga no resistió y le dejó marcharse? ¿Acaso su destino era esperar a que se agotara el agua y la comida y esperar? ¿Tan cruel iba a ser su final? ¿Morir por falta de alimentos?

“Por favor, ayúdame”, le suplicaba a ella cada vez que, de forma involuntaria, decía su nombre en alto. “Dime qué debo hacer, dame un camino que seguir… O llévame ya contigo”.

Oyó ruido a lo lejos.
Pasos. Pasos rápidos y fuertes. Alguien estaba corriendo.
Más lejos, oía carcajadas. Muchas carcajadas, unas risas polvorientas y secas. Una manada se acercaba.
Se asomó a la ventana del piso superior, escopeta en mano y machete a la cadera, tratando de ver algo, en vano. Cada vez los sonidos eran más cercanos...