Cuando
encontró su cuerpo colgado de la viga de una de las casas abandonadas (una más
de tantas ya) en la que habían decidido pasar la noche, no podía dar crédito.
Se
pasó no sabía ni cuánto tiempo llorándola, sin comer ni beber, sin dejar de
preguntarle al cadáver de lo que había sido su otra mitad cómo había sido capaz
de abandonarle “Juntos habríamos podido”, le gritaba, volviendo a llorar acto
seguido.
Un
día había intentado seguirla, seguir la senda que había marcado la persona que
representaba la mitad de su mísera vida. Cuando dio el paso adelante para
abandonar el taburete del que se había servido su mujer para realizar el mismo
acto que él se disponía a llevar a cabo, la viga no pudo soportar su peso y
cayó al suelo sobre la marcha.
No
volvió a intentarlo más.
Aquello
había sido una señal, o al menos eso pensó él en aquel momento. Tenía algo
pendiente por realizar, algo que no sabía, pero que llegaría.
Tiempo
atrás, al menos eso parecía claro. Ahora, se preguntaba el motivo por el que
seguía vivo; ¿por qué la viga no resistió y le dejó marcharse? ¿Acaso su
destino era esperar a que se agotara el agua y la comida y esperar? ¿Tan cruel
iba a ser su final? ¿Morir por falta de alimentos?
“Por
favor, ayúdame”, le suplicaba a ella cada vez que, de forma involuntaria, decía
su nombre en alto. “Dime qué debo hacer, dame un camino que seguir… O llévame
ya contigo”.
Oyó
ruido a lo lejos.
Pasos.
Pasos rápidos y fuertes. Alguien estaba corriendo.
Más
lejos, oía carcajadas. Muchas carcajadas, unas risas polvorientas y secas. Una
manada se acercaba.
Se
asomó a la ventana del piso superior, escopeta en mano y machete a la cadera, tratando
de ver algo, en vano. Cada vez los sonidos eran más cercanos...
Ay ay ay... ¡se me ha encogido el corazón con la primera parte, y con la segunda me he puesto nerviosisima! ¡Que cambios! ¿Quién viene?
ResponderEliminar¡El domingo más! Jaja.
EliminarCada vez más cerquita el final... O no... :).