El
movimiento fue rápido. Se colocó de espaldas al tipo y abrazó a la joven para
cubrirla. El lobo disparó.
Sonó
un ruido metálico y, a continuación, aire que se escapaba de su recipiente. Se
giró sin perder un segundo y en esta ocasión disparó él su escopeta, directo a
la cabeza, que reventó en mil asquerosos y rojizos pedazos.
Corrieron
como nunca antes lo habían hecho, él la seguía. Miró su regulador. Se estaba
quedando sin aire. Esperaba que no quedara muy lejos el búnker de la muchacha.
Oyó
carcajadas a su espalda. Muchas carcajadas y de distintos tonos y en distintas
posiciones. Les seguían.
No
perdía la vista de la espalda de la muchacha, a escasos centímetros por delante
de él, mientras oía cómo proyectiles pasaban al lado de ellos. Por una vez,
agradeció la poca visibilidad de la calima.
Le
dolía la espalda, pero no paraba, deseando que la muchacha le dijera que su
destino estaba próximo… Era cuestión de tiempo que una bala, por mera fortuna,
diera en su objetivo.
Intentó
respirar, en vano. Botella de aire agotada. “Por favor, que esté cerca…”.
De
repente, cayó al suelo. La chica oyó la caída y se detuvo para ir a su lado.
Intentó
incorporarse. No podía. De repente, notó algo caliente resbalando por su
estómago…
Rio.
Todo
tenía sentido ahora. Era en este momento cuando entendía por qué la viga no
había soportado su peso, por qué no había muerto en aquella casucha cuando
quiso reunirse con su otra mitad en otra vida, otro mundo, mejor que aquél que
quería abandonar y, al fin, su deseo se cumplía. “Sí, cielo, ya voy, estoy de
camino”.
-¡Vete!-le
dijo a la chica, que se detuvo en seco.
¡NO! ¿Le han disparado? Pero no puede morir ahora!
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