... Al llegar junto a
la cisterna, se dejó caer sobre sus rodillas
y lloró. Lloró por ser él uno de los supervivientes a los que les había
tocado vivir aquella pesadilla sin fin, una pesadilla que había salido del
mundo onírico y había impuesto su oscuro reinado sobre la realidad.
Tiempo después, aún seguía en aquel vecindario.
Había
decidido instalarse de forma indefinida en aquella urbanización.
Cada
vez que tenía los ánimos suficientes para salir, registraba alguna de las casas
colindantes. Sus pesquisas dieron muy buenos resultados.
Por
motivos obvios, decidió hacerse fuerte en una vivienda diferente de la primera
a la que había estado, pues en caso de que cualquier otro decidiera darse un
paseo por aquellos lares podría descubrir su escondite sin el más mínimo
esfuerzo.
Había
escogido una que le permitiera poner pies en polvorosa en caso de una situación
peliaguda: tenía puerta de atrás y un saliente en la primera planta desde el
que podía saltar si lo precisaba. La visibilidad no importaba por cuestiones
obvias; si el peligro llegaba, debía estar preparado para oírlo llegar antes de
que el peligro se percatara de su existencia.
Además
de las ventajas de escape, la casa era grande. Tenía preparados diversos escondites
y tenía los víveres y el agua repartidos por diferentes zonas de la vivienda
para no perderlo todo si a alguno de los “lobos” le daba por registrar su
morada. Su mochila de viaje la tenía preparada en el jardín trasero, bien
provista de pertrechos y con todo lo necesario para vivir un poco más aquella
insufrible existencia… De la cual se planteaba muchas veces, antes de conciliar
el sueño, por qué se seguía aferrando a ella.
La
mayor parte del tiempo que pasaba despierto se lo pasaba alerta por si oía
llegar alguna visita no deseada. Cuando no, fingía (no sabía si fruto de la
locura de estar solo o por el puro aburrimiento) que llevaba una vida normal,
que aquél era su hogar y que veía cosas en la televisión. Muchas veces se
volvía tan viva su imaginación que se sorprendía a sí mismo cuando escuchaba su
voz llamando a su difunta mujer.
Ella
no había podido lograrlo.
Se
lamentaba de no haberse dado cuenta de que la llama de sus ojos se apagaba, que
ya no le veía sentido a la existencia…