29 de marzo de 2015

Pensamientos (PdA, parte VII)

... Al llegar junto a la cisterna, se dejó caer sobre sus rodillas  y lloró. Lloró por ser él uno de los supervivientes a los que les había tocado vivir aquella pesadilla sin fin, una pesadilla que había salido del mundo onírico y había impuesto su oscuro reinado sobre la realidad.

         Tiempo después, aún seguía en aquel vecindario.
Había decidido instalarse de forma indefinida en aquella urbanización.
Cada vez que tenía los ánimos suficientes para salir, registraba alguna de las casas colindantes. Sus pesquisas dieron muy buenos resultados.
Por motivos obvios, decidió hacerse fuerte en una vivienda diferente de la primera a la que había estado, pues en caso de que cualquier otro decidiera darse un paseo por aquellos lares podría descubrir su escondite sin el más mínimo esfuerzo.
Había escogido una que le permitiera poner pies en polvorosa en caso de una situación peliaguda: tenía puerta de atrás y un saliente en la primera planta desde el que podía saltar si lo precisaba. La visibilidad no importaba por cuestiones obvias; si el peligro llegaba, debía estar preparado para oírlo llegar antes de que el peligro se percatara de su existencia.
Además de las ventajas de escape, la casa era grande. Tenía preparados diversos escondites y tenía los víveres y el agua repartidos por diferentes zonas de la vivienda para no perderlo todo si a alguno de los “lobos” le daba por registrar su morada. Su mochila de viaje la tenía preparada en el jardín trasero, bien provista de pertrechos y con todo lo necesario para vivir un poco más aquella insufrible existencia… De la cual se planteaba muchas veces, antes de conciliar el sueño, por qué se seguía aferrando a ella.
La mayor parte del tiempo que pasaba despierto se lo pasaba alerta por si oía llegar alguna visita no deseada. Cuando no, fingía (no sabía si fruto de la locura de estar solo o por el puro aburrimiento) que llevaba una vida normal, que aquél era su hogar y que veía cosas en la televisión. Muchas veces se volvía tan viva su imaginación que se sorprendía a sí mismo cuando escuchaba su voz llamando a su difunta mujer.
Ella no había podido lograrlo.

Se lamentaba de no haberse dado cuenta de que la llama de sus ojos se apagaba, que ya no le veía sentido a la existencia… 

25 de marzo de 2015

Tristeza (PdA, parte VI)

... Delante del hombre había una escalera de caracol que ascendía al segundo piso y un pasillo al lado de ésta que hacía un quiebro hacía la derecha; a su izquierda, un cuarto de estar con una polvorienta televisión que colgaba de la pared y un sofá marrón debido a la arena. Se internó en el pasillo y encontró la cocina, que registró a fondo. Al menos, se hizo con algo de comida, la cual guardó en la mochila antes de que el rugido de su estómago le hiciera caer en la tentación de saltarse el duro racionamiento autoimpuesto.
         Subió al segundo piso y sólo halló un par de habitaciones. Ni rastro de agua, pero podría pasar la noche sobre un colchón… Un pequeño consuelo.
         Se metió en la primera de las habitaciones, llevó a cabo el cambio de tanque de oxígeno, puso la recién usada a recargar y la escondió en la parte superior del armario, colocó la mochila tras un sillón que había en una esquina y se dirigió al segundo cuarto.
         Se llevó la sorpresa de que no era otra habitación, sino un pasillo con unas empinadas escaleras. Su esperanza de encontrar agua aumentó a pasos gigantes.
         Las subió con la máxima rapidez que pudo y abrió la puerta que había al final de ellas. Al abrirla, no sin esfuerzo, vio uno par de cisternas con sus respectivas tapas. “Por favor, que no se haya colado arena…”.
         Forcejeó con la tapa, que o era muy pesada o él estaba muy cansado. Tras varios intentos de levantarla, oyó un pequeño crujido y, a continuación, cedió. Casi con miedo por llevarse una decepción, asomó su cabeza al interior. ¡Había agua! Volvió a tapar el bidón y bajó corriendo a por sus botellas de agua para rellenarlas.
         Mientras subía, le dio por pensar en el agua que quedaría para consumo humano en el mundo. El paso deceleró, pesimista. Alcanzó la azotea.
         ¿Cuánto tiempo de vida le quedaba?
         Había pasado los últimos meses, quizás años, de su existencia sin hacerse esa pregunta. ¿Cuánto tardaría en llegar el momento en el que se quedara definitivamente sin agua? ¿Cómo era morir por falta de agua? Imaginó su cuerpo, ya malnutrido a pesar de la fortuna que acudía en su ayuda cada vez que se veía a punto de quedarse sin recursos… ¿Cuánto soportaría la cuerda floja en la que andaba?...

22 de marzo de 2015

Refugio (PdA, parte V)

... Las noticias acerca del incidente, al principio, habían pasado desapercibidas. Algunas páginas en internet se hicieron eco del percance, pero se le restó la importancia que merecía. Hasta los “expertos” pasaron por alto aquello que comenzó como una simple tormenta de arena en algún punto perdido en el desierto del Sáhara. Expertos… “Pobres humanos”, se decía, “No sabíamos lo que se nos venía encima. Fuimos demasiado soberbios y subestimamos la fuerza de la naturaleza… Si es que esto es obra suya”.
         Al cabo de días la tormenta no cesaba, al contrario, crecía de una forma desmesurada para ser una simple tormenta de arena. Su expansión iba en una especie de circunferencia que se internaba aún más en el continente africano y ya había alcanzado el sur de Europa, causando estragos y arrasando la cordura de las personas allá por donde pasaba.
         ¿Cuánto tiempo hacía que no veía un niño? Prefería no pensarlo. Sin duda, las personas con problemas respiratorios habían sido los primeros en sucumbir, junto con los ancianos y los niños. ¿Cuántas personas seguirían vivas en ese mismo instante? Los pocos supervivientes que quedaban a estas alturas, con seguridad, o bien habían dado rienda suelta a los impulsos más primitivos del ser humano y dejaron que la locura manejara sus actos o bien, como el hombre, caminaban sin rumbo en busca de un lugar mejor. La esperanza era lo único que se perdía.
         Inmerso en sus pensamientos, alcanzó al fin una de las zonas residenciales de la ciudad.
         Haciendo un gran esfuerzo por distinguir lo que había ante sus ojos, vislumbró una calle ancha y coches aparcados a ambos lados de la carretera. Se acercó a la casa más próxima de su posición e intentó abrir la puerta. Le costó. Era una buenísima señal… Cuanto más complicada de abrir, más posibilidades de encontrar lo que necesitaba en el interior.

         Consiguió arrastrar la puerta, que rugió contra el suelo y dibujó el movimiento de apertura sobre el polvo que lo cubría por completo. Cerró tras de sí y comprobó su regulador. Le quedarían aproximadamente dos horas de aire. Siguió adelante...

19 de marzo de 2015

¡Feliz día del padre!

He intentado comenzar esta entrada unas cuantas veces y no sé qué decir.
No es que no haya nada que comentar... Al contrario. Hay muchísimo que escribir.
Tampoco es que no haya nada que agradecer... En absoluto, pues no hay nada que sea lo suficiente en este mundo para darle las gracias a mi padre por todo lo que ha hecho por mí.

Cuando apenas medía un palmo, siempre estuviste conmigo.
Todavía tengo en mi recuerdo algunas imágenes inconexas de momentos de mi vida que pasamos juntos... Las risas, los juegos... Hacías lo imposible por cuidar mis pasos... Y aún a día de hoy lo sigues haciendo.

En mi memoria todavía palpitan las cosas que hacíamos juntos cuando apenas comenzaba a hacer el uso de mi razón... Aún todavía siento muy vivos los paseos de tu mano los domingos por la mañana, las cintas VHS de dibujos animados que siempre comprabas... ¡Eran tantas que hasta tuviste que comprarme una estantería para colocarlas todas! Recuerdo cuando me intentaste enseñar a ir en bici (con pésimos y catastróficos resultados, todo hay que decirlo)... Compraste una baca solo para poder llevar aquella bicicleta (que en aquel entonces me parecía enorme) a un sitio llano donde pudiera aprender... ¿Qué no hará un padre?

Ha llovido ya mucho desde aquel entonces, pero eso no significa que hayas dejado de hacer cosas por mí... Era solo para que supieras que todavía siguen presentes en mi vida todos los consejos que me has dado a lo largo de los años, la paciencia que tuviste para meter en vereda a un niño cabezota como el que fui y sigo siendo...

Lo que soy hoy en día, lo soy gracias a ti. Y un poquito gracias a mamá, vamos a admitirlo. Es broma.
Gracias a los dos (aunque sea el día del padre jaja) por guiarme por el camino adecuado y darme los valores por los que me rijo...

Feliz día del padre, papá. Te quiero.

18 de marzo de 2015

Nostalgia (PdA, parte IV)

... Se quitó la mascarilla y extrajo los conductos de aire de la botella gastada, apretando con el pulgar contra la boquilla de salida del aire para evitar que se metiera la arena en suspensión, desacopló el filtro-compresor de la bombona llena y le introdujo el sistema de respiración con la mano libre. A continuación, se colocó de nuevo el respirador y cogió aire varias veces para comprobar que siguiera funcionando correctamente a la par que ponía a funcionar el dispositivo de “purificación de aire” en el nuevo tanque. Todo en orden.
         Finalizado el proceso, llevó las botellas al pie de la escalera (donde había dejado el resto de sus pertenencias) y comenzó con la organización de los objetos.
         Colocó en el primer escalón el machete y la escopeta, recolocó los objetos dentro de la mochila de manera que quedaran uniformemente repartidos y, sobre ellos, metió a presión el saco de dormir. A los lados de la mochila ajustó las correas para que quedaran bien sujetos los tanques y no resbalaran con el movimiento al caminar. Cuando hubo terminado, se lo colocó todo a la espalda, con cuidado de no desconectar los tubos que le proporcionaban aire. Por último, el machete a la cadera y la escopeta colgando del hombro. Estaba preparado para emprender de nuevo su viaje a ninguna parte.
         Salió de la casa y la dejó atrás sin volver la vista al camino que dejaba tras su paso. Unos pocos minutos más tarde, la densa arena en suspensión se encargó de no dejar ni rastro de la presencia del hombre que había estado allí.

         No sabía cuántos días había estado caminando por aquella angosta carretera, pero al ver el cartel que indicaba la llegada a una pequeña ciudad sintió un pequeño, muy pequeño alivio, pues sus reservas de agua y de comida estaban a punto de desaparecer, a pesar del cuidado que había depositado en el control del consumo, un estricto, a la par que necesario, racionamiento, con el propósito de estirar lo máximo posible la duración de los víveres…
         La nostalgia le hizo recordar los supermercados. “No te hagas esto, no vas a conseguir nada”, se decía a sí mismo cada vez que volvía a recordar un pasado en el que algo tan básico como el comer se daba por sentado.

         No podía evitarlo. ¿Quién iba a pensar en que iba a ocurrir esta catástrofe?...

15 de marzo de 2015

Cambio de aire (PdA, parte III).

... Todavía sentía muy vivo el recuerdo.
La sangre salía a borbotones de su garganta. Tras su máscara se podía adivinar la sorpresa del fatídico golpe, de sentir los brazos de la Muerte rodeándole tan pronto. El perseguidor llevó una de sus manos a donde la carne se había separado y cayó, sin fuerzas, sobre sus rodillas. Fue apenas unos segundos más tarde cuando soltó su último y ahogado aliento y su cuerpo hizo crujir las ramas muertas y levantó el polvo del suelo al abandonarle la vida, dejando caer el arma que instantes antes había disparado contra él. Luego, sin miramientos, el hombre registró el cadáver y las pertenencias del perseguidor para seguir huyendo. Era imposible saber si aquellos locos se consideraban lobos solitarios o iban en una manada… Una manada feroz y sin escrúpulos contra la que no podría hacer nada.
         Lamentando ésta y otras múltiples cosas horribles que había tenido que hacer en los últimos tiempos, bajó las escaleras, mientras controlaba en el regulador la cantidad de oxígeno que le quedaba en el tanque de oxígeno. Tenía que cambiarla.
         Había decidido esconder la otra bombona en un lugar a parte; el agua, la comida y las armas eran importantes, pero el oxígeno se había convertido en uno de los bienes más preciados, y él contaba con un pequeño invento que le permitía llevar dos botellas de oxígeno y no estar cargando, como tantos otros, con carros llenos a reventar de recipientes de oxígeno.
         La simple invención era un sencillo filtro incorporado al trasvasador de aire que le permitía al tanque rellenarse sin dejar entrar el polvo, con un pequeño compresor acoplado que empujaba hacia el filtro el aire. Era un proceso lento, pero con la autonomía de diez horas que le proporcionaba cada botella podía permitirse la duración de la recarga.

         Al llegar a la cocina, se arrodilló ante el fregadero y extrajo del armario que había bajo él la otra botella de oxígeno que poseía. Comprobó en el manómetro que se hubiera rellenado sin problemas… Sí, la presión indicaba que se había recargado. Detuvo el aparato, cogió aire para respirar el menor tiempo posible el polvo y comenzó el cambio de tanque...

11 de marzo de 2015

"Suerte" (PdA, parte II)

... El hombre recordó sin motivo aparente la suerte que tenía de haber sido instructor de buceo y poseer un almacén para uso propio de bombonas de oxígeno (cuyo peso no era para nada liviano) y su respirador. Nunca pensó que unas gafas de buceo fueran tan útiles fuera del agua, ya que gracias a ellas conseguía evitar que se introdujera la arena de aquella densa calima en sus ojos y le permitían mantener, dentro de lo que cabía, la visibilidad en este nuevo e inhóspito mundo.
         Miró su escopeta, que descansaba en el suelo justo encima de donde había estado durmiendo con su sucio saco. La recogió y se dirigió con ella en mano al ventanal del desván en el que se encontraba.
         Había colocado en la esquina del lado de la ventana la enorme mochila en la que llevaba sus suministros más valiosos: los cartuchos que no estaban cargados en la escopeta, el machete (lamentablemente, había tenido que echar mano de él en muchas ocasiones a estas alturas), varias latas de alimentos sin etiquetas y una multitud de botellas de agua de distintos tamaños y formas, algunas vacías y otras más vacías que llenas, una petaca de plata (herencia familiar) a medio llenar y un odre que, afortunadamente, todavía no se había visto obligado a usar. Esperaba no tener que desprenderse de ninguno de sus valiosos recursos, algunos propios, otros intercambiados (gracias al desaparecido cielo, no todos se habían vuelto locos con la llegada del polvo) y otros, muy a su pesar, saqueados.
         Miró por la ventana. Apenas se conseguía distinguir el exterior, pero intuía el caminito que había encontrado y que le había llevado al refugio en el que se encontraba ahora, donde el aire estaba menos cargado y había conseguido descansar, por poco que fuera.
         Imágenes del hombre muerto al que le había quitado el arma le asaltaron, una vez más. Recordaba el tajo que le había hecho en el cuello cuando, tras correr por el bosque, había aprovechado la poca visibilidad que permitía la atmósfera actual para pararse en seco tras un tronco, escuchar sus pasos presurosos y lanzar la mortal estocada.

         Todavía sentía muy vivo el recuerdo...

8 de marzo de 2015

Despertar (PdA, parte I)

Su despertar fue un sobresalto, una sensación de caída al abismo.
         Incómodo, se revolvió dentro del maloliente saco de dormir, levantando el polvo del suelo de madera sobre el que había decidido dormir la noche anterior. Si es que existía aún la noche, claro estaba. No se puede saber algo que no se ve.
         El cielo ya no existía. El sol, la luna y las estrellas habían sido totalmente cubiertos por una  nube de densa arena que cubría por completo el planeta… Tan densa que era capaz de crear una completa oscuridad que se había adueñado del planeta azul, condenando a la luz del sol al eterno olvido; se hacía imposible respirar sin una bombona de oxígeno a la espalda y el correspondiente respirador pegados a la nariz y boca.
         El agua… Lo que más costaba era encontrar agua que no fuera fango. Las ya incontables presas a las que había ido  con la esperanza de encontrar una gota que beber parecían más un desierto que una reserva. Hacía tiempo ya que el agua no fluía por las inmensas tuberías, seguramente sedimentadas al intentar arrastrar tamaña cantidad de polvo junto con el líquido de la vida. Y qué decir de las costas… Mares y océanos habían sucumbido ante un infinito desierto que unía toda la corteza en un interminable, único e insufrible continente…
         Miró su sucio reloj de pulso, más por una romántica costumbre que por verdadera necesidad… Aquel reloj marcaba más la nostalgia de tiempos pasados que la verdadera hora… Hacía bastante que los números que señalaban las manecillas habían dejado de tener sentido.
         Tras pasarse un rato mirando el mecanismo sin moverse, tomó la decisión de incorporarse, salir de su saco y comenzar la labor de ponerse en marcha, mientras a su mente volvían, como a cada despertar, los recuerdos de su vida, no tan lejanos como realmente le parecían ahora.
         Taladraban su cerebro las imágenes de su rutina: niños en el vecindario, dormidos, de camino a sus escuelas, padres y madres apresurándoles para no llegar tarde… Gente normal, con sus estresadas vidas… No gente que matara a otra gente.

         Oh, sí… Echaba mucho de menos la civilización. Desde que había comenzado aquella locura, todo lo que se daba por sentado se esfumó sin previo aviso: la desesperación y el caos se adueñaron de las ciudades como una epidemia mortal y en apenas unas horas todo rastro de humanidad había desaparecido como la pólvora...

5 de marzo de 2015

El que quiera leer, que lea.


Mi amigo no tenía ni idea de la cadena de acontecimientos que desencadenaría aquella foto que me mandó una noche, sin motivo alguno. “¿Te suena?”, me preguntó cuando mandó una imagen vía Whatsapp con un pequeño fragmento de un relato.
Reconocí algo de mí en aquellas líneas, así que le contesté que aquello era mío.

Aquello era este blog.

La historia no puede ser más sencilla: el blog consistía en un trabajo que un profesor de Informática de segundo de Bachiller había propuesto. Las tareas relacionadas con esa época siguen en el blog…
Pero el contenido que quiero ofrecer actualmente dista mucho de lo que ofrecí en aquel entonces.
Al enviarme mi amigo aquella imagen, le hablé del blog a la persona que ha decidido acompañarme en esta aventura que es la vida. Nunca podré devolverle todo el ánimo que me ha dado para que desarrolle este hobby del que soy adicto que es escribir. Cualquier cosa, lo que sea.
Seré sincero… No soy un escritor regular. Tengo muchos bloqueos y no dispongo de todo el tiempo que me gustaría tener de dedicación a lo que considero mi mayor pasión… Pero intentaré tener siempre algo, por poco que sea, cada poco tiempo.
Gracias a los que hacen posible el comienzo de esta pequeña aventura.

Y, sin más dilación, comencemos.