... El hombre recordó sin
motivo aparente la suerte que tenía de haber sido instructor de buceo y poseer
un almacén para uso propio de bombonas de oxígeno (cuyo peso no era para nada
liviano) y su respirador. Nunca pensó que unas gafas de buceo fueran tan útiles
fuera del agua, ya que gracias a ellas conseguía evitar que se introdujera la
arena de aquella densa calima en sus ojos y le permitían mantener, dentro de lo
que cabía, la visibilidad en este nuevo e inhóspito mundo.
Miró su escopeta, que descansaba en el
suelo justo encima de donde había estado durmiendo con su sucio saco. La
recogió y se dirigió con ella en mano al ventanal del desván en el que se
encontraba.
Había colocado en la esquina del lado
de la ventana la enorme mochila en la que llevaba sus suministros más valiosos:
los cartuchos que no estaban cargados en la escopeta, el machete
(lamentablemente, había tenido que echar mano de él en muchas ocasiones a estas
alturas), varias latas de alimentos sin etiquetas y una multitud de botellas de
agua de distintos tamaños y formas, algunas vacías y otras más vacías que
llenas, una petaca de plata (herencia familiar) a medio llenar y un odre que,
afortunadamente, todavía no se había visto obligado a usar. Esperaba no tener
que desprenderse de ninguno de sus valiosos recursos, algunos propios, otros
intercambiados (gracias al desaparecido cielo, no todos se habían vuelto locos
con la llegada del polvo) y otros, muy a su pesar, saqueados.
Miró por la ventana. Apenas se conseguía
distinguir el exterior, pero intuía el caminito que había encontrado y que le
había llevado al refugio en el que se encontraba ahora, donde el aire estaba
menos cargado y había conseguido descansar, por poco que fuera.
Imágenes del hombre muerto al que le
había quitado el arma le asaltaron, una vez más. Recordaba el tajo que le había
hecho en el cuello cuando, tras correr por el bosque, había aprovechado la poca
visibilidad que permitía la atmósfera actual para pararse en seco tras un
tronco, escuchar sus pasos presurosos y lanzar la mortal estocada.
Todavía sentía muy vivo el recuerdo...
Con ganas de la parte III
ResponderEliminar¡Hola!
Eliminar¡Gracias por pasarte por el blog, leer y comentar!
El domingo subiré la tercera parte. Espero que sigas disfrutando de la historia :).
¡Saludos y gracias!
Muy buena historia El Observador. Ha conseguido engancharme. Ya esperando la siguiente entrega.
ResponderEliminar¡Gracias por comentar y el halago, Carlos!
EliminarEl domingo estará la próxima parte :) ¡Espero que la sigas disfrutando y que te siga gustando!
¡Una saludo y muchas gracias!